lunes, 1 de junio de 2009

TSCHÜSS

31.05.09

Milo:

Sabes que soy absurdamente mala para las despedidas. Soy pésima para hablar de frente, pero a veces es necesario, y cuando ha sido necesario hacerte saber que estoy enojada he tenido que recopilar toda mi fuerza para decirte tímidamente “oye wey te pasaste” aunque en verdad quiera decir mil cosas más. Pero esta vez verdaderamente te pasaste y verdaderamente te quiero decir adiós. Y como soy muy mala enfrentando a la gente y me ganan los nervios y me vence la furia y me pongo a temblar y me quedo muda, mejor me explayo aquí, ya que el desahogo escrito se me da mejor que el oral.

Te escribo ahora, como un anticipo de lo que vendrá. Porque sé que mañana (no el mañana inmediato, sino mi mañana, el mañana de mi vida), mañana, te extrañaré. Por ello es menester escribir ahora que la nostalgia aun no me contamina demasiado, ahora que la añoranza no me hace engañarme de nuevo. Ahora es cuándo porque ahora me corroen estas ganas de decir, de escribir, de gritar (te), todo este saco de sentimientos encontrados, de reproches, de culpas, de incredulidades, de asombro, de enojo y de rencor, que me obligan a acabar de una vez y para siempre con una amistad en la que he entregado todo lo que me has permitido entregar.

Ahora y no mañana, cuando la melancolía depure un poco tu recuerdo y me haga pensar en la posibilidad de (otra vez) dejar pasar las cosas por alto. Ahora estoy consciente de las cosas, ahora te veo en tu esplendor de macho egoísta cabrón y la mía de pendeja dejada y ofrecida. Porque claro, una vez más siento que me vieron la cara de pendeja. Pendeja, como me has llamado en varias ocasiones (ante las cuales, obviamente, me hice pendeja). Puta, como también me has nombrado en español, en francés, y en ese gesto frío de alguna mirada reprochante. Pero el que se va a la verga, como ya me has ordenado, no seré yo, sino tú. Yo ya estoy cansada, muy cansada de estos vaivenes emocionales, de fingir, de aguantar, de creer, de esperar, de tolerar, de idealizar, de aceptar lo que sea que quieras, de aceptar tu visión de las cosas aunque a veces seas pura pose y mentira pura.

Porque en ocasiones distinguí rastros de atracción de ti hacia mí, pero no soy el tipo de persona que escucha ese tipo de instintos, así que me hice pendeja y te creí muchas veces tu amnesia conveniente, y pensaba que tenía una imaginación muy grande al concebir la idea de que pudieras mirarme como más que amiga. Y esperé, me esperé, te esperé…

Porque ¿sabes? Me empeciné en conservar nuestra amistad. No creas que soy una convenenciera. No creas, tampoco, que soy una malagradecida. No. Te agradezco infinitamente todos los momentos de amistad. Emilio, ten por seguro que recuerdo con calidez infinita los conciertos, con marihuana incluida y la búsqueda de un restaurant mientras moría de frío por la chingada lluvia; la cineteca y otras películas, que poca gente fuera de la escuela aguanta con estoicismo por considerarlas demasiado aburridas y raras; la pachequez, aquella vez después del concierto, y en puerto con la recordadísima historia de mis viajes lunares, y en la filmación del corto antes de la fiesta del cenart; ¡las fiestas! Y bailar y ver gente rara y robar alcohol y monchis; las caminatas debrayando, contándote mi vida y tú la tuya, conociendo lugares desconocidos. Las pláticas, mención aparte, porque aunque te muestras reacio a platicar conmigo de verdad, en ocasiones, cuando lo hiciste, lo aprecié demasiado. Porque fuiste una ayuda invaluable, infinita e inefable cuando me encontraba mal, tras la muerte de mi abuelo precedida por la de Andrés. Porque aunque te haya llegado a hartar con el tema de Juan Pablo, en algún momento también me prestaste tus palabras y soporte, y aunque ante esta nueva luz parte de lo que me dijiste me parezcan habladurías, me quedo con lo que me ayudó en aquella ocasión, y por ello te agradezco.

Y es que ya no sé qué creerte, qué fue verdad, qué tanto fue auténtico, y qué tanto fuiste tú hablando a lo imbécil. Me duele, me duele muchísimo, el hecho de que esta amistad la conservé pese a sus grietas y fragilidades, basándome en ese supuesto aprecio que pensé que me tenías. Porque te compré la actitud discursiva de “soy tu amigo y soy un cabrón pero a ti te aprecio y tú sí me importas”, y aunque suene estúpida de tan crédula, también te creía aquello de “Juan Pablo es un idiota por haberte lastimado” y peor aún, el “ahora sí te vas a olvidar de ese pendejo”. ¡Ja!. Gracias, porque de verdad gracias a ti ya es tema superado, aunque no de la manera que hubiera querido. Porque ese wey es un wey más. Es decir, sí, me dolió bien cabrón, me afectó un chingo, lo sufrí demasiado y quizá aún me pesa y nunca me dejará de pesar, porque con él pensé que tenía una esperanza de valoración integral y no la fragmentación que se dio contigo, porque a él apenas lo estaba conociendo y aun estaba en plena idealización y se me cayó de un madrazo toda esa ilusión. Pero finalmente ese tipo habló por hablar y habló a lo estúpido y es algo que he aprendido después de convivir más con él. Sus palabras me humillaron muchísimo, pero sé que lo hizo a lo idiota, y después de todo aún no teníamos una amistad fuerte así que no le costaba ni importaba herirme. Pero tú… ¿qué demonios? Lo que de ti me ofende no es per se el hecho de que te hayas metido con otra niña, porque eso es algo que ya sabía que iba a pasar y hasta me había mentalizado al hecho de que fuese Nancy o Cristina. Pero fue demasiado pronto y demasiado descarado. Porque si de verdad le traías tantas ganas, ¿por qué no te la agarraste en tu casa? Si ahí se estaban quedando… ¿por qué tenía que ser en mi casa? por qué tenía que ser frente a mí? ¿Dónde quedó tu pinche speech de discreción? ¿a dónde carajos se largó tu prudencia? …

Sé que objetivamente no tengo qué reprocharte, porque tengo muy claro que no tenemos una relación que nos someta a la fidelidad o nada que se le parezca. Sé que para ti fui un acostón y ya. Sé que técnicamente pasé a tu lista de amigas con las que llegaste a tener sexo. Lo sé y no es eso lo que me ofende, por favor, tenlo claro. El problema está en que no soy objeto, soy sujeto, y como tal puedo sentir por mucho que eso te pueda resultar estorboso. Y por ello no puedo evitar someter esto a la interpretación y hacer una lectura de los hechos. La cosa es que, lo mire por donde lo mire, llego a la ineludible conclusión de que actuaste con una intención. No sé cuál, porque contigo jamás sé bien a bien qué pasa, a qué jugamos, dónde estamos parados. Es decir, nunca antes te habías agarrado a nadie frente a mí, así que no esperaba que lo hicieras y menos en mi casa, a una semana de haberte acostado conmigo. Como te digo, no puedo evitar darle a esos hechos una imputación causal chingativa (aunque sigo desconociendo el origen de esas ganas de chingar). La otra conclusión sería que fue sin pensar, lo cual también está de la verga, porque significaría que yo te importo básicamente nada, que te valgo prácticamente madres, de manera que hiciste lo que hiciste sin pensar en lo que yo sentiría, sin considerar que emocionalmente estaba muy pinche jodida como para sumarle un encabronamiento más.

De verdad, el error no estuvo en tener relaciones sexuales, porque creo que pudimos haber tenido algo muy chido si no la hubieras cagado así de pronto y así de feo. Finalmente actuaste igual que JP, porque me dijiste cosas y no tuviste el valor para retractarte de manera civilizada y limpia, platicando conmigo, sino que preferiste que tus acciones te desmintieran y me indicaran que en realidad no quieres nada conmigo y te vale verga lo que yo tenga que decir al respecto. El error estriba en el hecho de que siento que me has fallado como amigo, aunque suene a que me estoy victimizando. Porque, además, cuando me enteré de la muerte de mi tío, fuiste la primera persona a quien se me ocurrió llamar. Sé que soy ilusa y hago mal en esperar cosas de la gente, pero de ti me esperaba apoyo en estos momentos, y me sorprendí al encontrarte distante y cauteloso en los momentos en que más te necesitaba. Y luego, sumarle el hecho de verte así, en mi lugar, teniéndome un respeto tan nimio como para empezar a fogosear cuando yo aún estaba en la misma sala… creo que no es para decir que “no fue nada”. Creo que algo de razón tengo en tener estas ganas de mandar todo a la chingada. Porque como amigo debiste tener más tacto, pero como hombre te ganó lo macho.

Sabes que te quise muchísimo. Sabes que me gustabas demasiado. No sé si sepas, pero en momentos de depresión, de tristeza, de soledad, de enojo, de frustración, el mundo me podía estar destrozando pero cuando estaba contigo me sentía mejor. Probablemente mientras lees esto pienses “pobre vieja”, porque sé que jamás sentiste ni sentirás por mí nada de lo que yo alguna vez sentí por ti. Y no sabes cómo me está costando vomitar todo esto en palabras que nunca me atreví a soltar, pero ya que se fue todo al carajo creo que es mejor que tengas un panorama más amplio del asunto, aunque después – y desde estos instantes- no pueda mirarte sin sentir rabia y vergüenza, sin sentirme estúpida, pero ya no me importa lo que de mi pienses, sólo me importa estar bien y no quedarme con toda esta maraña de estiércol dentro del pecho. Quiero que sepas que al menos tuve un rastro de inteligencia y la pertinencia suficiente para no confundir ese cariño (de mí hacia ti) y la amistad con amor, así que por esa parte no me tengas lástima. No me gustaría decir que “me conformé” con ser tu amiga, porque yo a la amistad no la demerito ante el enamoramiento (que, como sabrás, es distinto al tan mentado amor), pero digamos que “me hice a la idea” y fue muy chido. Considero que nuestra amistad, aunque breve y vertiginosa, fue intensa y muy rica. Pero ahora que ha pasado todo a ser tan denso y a valer verga, es más sano aceptar que esto se ha desgastado demasiado como para poder continuar.

Porque te confié mis pensamientos, mis sentimientos, mis gustos, mis complejos, mis traumas, mis esperanzas, mis sueños, mis ensoñaciones, mis enojos, mis frustraciones, mis miedos, mis anhelos, mis derrotas, mis logros, mis dudas, mi confianza. Pero te digo que de esa confianza queda poco, nada más que la suficiente como para pensar que leerás esto y no alardearás ni alimentaré tu ego, sino que tendrás la inteligencia suficiente para ver que sólo es un intento mío por sincerarme y al menos, por una vez, dejar las cuentas claras contigo. Eso espero y no sé si esperar, porque últimamente siento que te he sobrevalorado o que yo he sido subestimada por ti todo este tiempo.

Te digo adiós, y te aseguro que no es gratuito y me ha costado mucho decidirme a hacerlo, y me disculpo por las ocasiones en que te pesaron mis defectos y me ganó la soberbia, o la arrogancia, o la mamonería. Discúlpame si alguna vez te ofendí o te lastimé. Discúlpame por no ser la amiga eternamente tolerante, por no poder aguantarte el juego. Disculpa mis carencias, pero considero que le eché ganas, que puse de mi parte todo lo que pude haber dispuesto. Discúlpame, pero creo que he trascendido los límites de mi tolerancia, y es hora de que yo también me ponga egoísta por salud emocional.

¿Recuerdas la última vez que te hice saber que estaba enojada? Fue hace como un mes. En esa ocasión te dije que te las dejaba pasar muy fácil pero que no siempre sería así. Te lo advertí, pero supongo que, como siempre, no me tomaste en serio. Pues ahora hago lo que nunca, porque lo decía en serio. Nos jugamos todo, pero yo ya estoy harta de jugar. Contigo he tenido una relación rarísima, una especie de lucha de poder (bueno, toda relación está basada en la búsqueda de beneficios y en el juego de poder, pero aquí ha sido más tangible), en la que nunca lo expresamos pero siempre estaba implícita una suerte de competencia de ver quién aguantaba más, quien cedía primero, quien podía más que el otro. Pues tú ganas. Yo no tengo la intención, al menos por ahora, de superar lo que has hecho, porque no sé cómo podría, ni me interesa saberlo. Esto pasó de ser lindo a ser algo muy jodido, y siendo así ya no me importa saberme derrotada, porque el seguirte el juego sólo me lastimaría más y tan sólo pensar en eso me provoca una flojera infinita.

Porque en este punto me estás minando, y aunque me sintiera momentáneamente bien si no te perdiera, en el fondo sería más nocivo, porque el hecho de que me trates como me quieras tratar sólo me indica la poca estima que me tengo, y ya basta de eso. No es cuestión de ego, pero considero que no soy ni tan estúpida ni tan fea como para seguir aceptándote más ofensas. Creo que soy linda y además chingona, y como tal merezco más que un pseudo amigo que no me respeta como amiga y menos como mujer, y ya ni siquiera como persona. Es por ello que me hago a la idea de lidiar con otra pérdida- y sabes lo mala que soy para ello- pero le echaré ganas y voy a estar bien.

En estos momentos soy yo quien escribo desde el fulgor del enojo, y lo prefiero así, de otra manera no tendría la fuerza necesaria para hacerlo. Ten la convicción de que te quise demasiado; que a tu amistad la valoré más allá de todo lo mesurable; que me preocupé por ti incalculablemente; que pensaba en ti cuando veía alguna película que podría gustarte, o cuando leía algo que pudiera interesarte; y que estabas presente en mi vida incluso cuando no estabas. Tal vez esto sea temporal o tal vez sea un resentimiento perenne, eso no lo sé, no podría asegurarlo. Pero creo que si después te sientes mal, si necesitas hablar, si te ocurre algo, voy a estar ahí para ti. Pero por ahora lo más prudente es distanciarme de ti emocionalmente, saludarte si te encuentro en algún lugar pero mantener la distancia. Te deseo desde estos momentos todo lo mejor que te pueda desear, todo el éxito que puedas lograr, toda la suerte que pueda acompañarte. Sé que en muchos aspectos eres una persona maravillosa e increíble, y por ello sé que conseguirás muchísimo actuando con inteligencia. Me duele no poder estar contigo en esos momentos futuros, así que de antemano te felicito, te aliento, te motivo, y te expreso mi alegría empática por lo bueno que logres, y mi tristeza comprensiva por lo que sea que te haga sufrir después de hoy.

Qué mal que no nos salieron las cosas. Qué triste habernos desperdiciado tanto. Qué trágica tu soberbia y mi orgullo herido, mi fragilidad y tu falta de visión, aquello de “es que somos muy pendejos”. Pero no hay paralelismos opcionales en la vida y no hay marcha atrás a las fallas y a los fracasos, así que me despido, te despido, nos despido, por medio de estas líneas que intentan condensar mediocremente el sabor agridulce que me queda después de todo esto.

Te quiero.

Adiós.


Fabi

2 comentarios:

Borchácalas dijo...

No me parece sensato comentar algo.

Me parece aún menos sensato ni siquiera mostrar empatía después de haber leído algo de esta índole.

Sólo dejaré, entonces, vestigios para que ud.sepa que hay alguien más que la escuche (aunque en este caso, no le corresponda del todo escuchar a él)

Saludos

Señorita de sociedá dijo...

Gracias :)

Lo publico aquí no por exhibirlo, ya que nadie que me conozca en persona tiene la direccion del blog, creo. Lo hago por sacarlo, porque si lo guardo con solemnidad voy a crear un recuerdo muy fuerte, íntimo y personal de la carta, y no quiero eso, quiero dejarlo ir, que al vulgarizar las cosas cada vez me importen menos.

Pero lo mejor lo mejor lo mejor fue su respuesta. Una belleza ¬¬