sábado, 26 de abril de 2008

De la inmensidad y la intensidad.

La inmensidad, a menudo, está en la pequeñez de lo cotidiano.

Son esos momentos en los que la convergencia de varios elementos y sucesos, crean una atmosfera de éxtasis. Nace lo sublime y sientes la intensidad.

La intensidad de escuchar bossa nova mientras fumas el último cigarro de una larga noche ( o el primero de la mañana) mientras miras el cielo que aun no sabe si despertar o quedarse dormido otro ratito; caminar descalza en la playa vacía, en una noche de luna llena; cerrar los ojos y saltar mientras escuchas un concierto en medio de una multitud excitada; acostarte boca arriba sobre la arena y ver lunas gemelas, regalo/producto de la marihuana; ver caer las jacarandas en la tarde; correr bajo un aguacero; llorar la tristeza y desesperación de lo irremediable; contemplar una obra de verdadero arte; leer un poema que apele a tus sentimientos; caminar por la calle y escuchar aquella canción que expresa justo lo que estás sintiendo (como si tu vida incluyera soundtrack); y los besos; y las caricias bajo las sábanas...y los suspiros estruendosos de tan callados y clandestinos.

Un segundo de intensidad en el que lo simple se torna vasto. Sólo un segundo puede hacerte vibrar, y en algunos casos hacerte estallar algo en medio del pecho y otros sitios, y desbordar una energía que te envuelve en la figura de lo infinito.

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